miércoles, 9 de diciembre de 2009

Mary Lou: Lo que puede parecer no siempre lo es....



Blog de jowalech2009: Impresionante Historia de Amor.
"Mary Lou"

Hopeless Town” era un lugar sórdido. Un pueblo fantasmal que no nació junto a una vía de ferrocarril o una autopista. No creció al impulso del comercio o de las fábricas; de hecho, carece de ellas. Por el contrario, emerge aislado en medio del desierto. Llegar no es fácil, no figura en mapas ni en guías turísticas. Pocos saben sobre él, nadie vive allí, sin embargo, cientos y miles lo visitan a diario.

Sus calles, sucias, están atestadas de borrachos; tambaleantes unos, meados y vomitados otros; putas que caminan provocativas buscando clientes y entreparan junto a uno de aquellos infelices para dejarse manosear mientras le quitan la billetera; vendedores de buenos momentos, en su mayoría niños, prometiendo el éxtasis total con sexo incluido; compradores de esos momentos, buscando alivio algunos, con el extravío interior pintado en el rostro después de alcanzar el bienestar, otros; y, los más, pasado el efímero placer, tratando de procurarse el siguiente.

Todos concretan lo suyo allí mismo, en la calle, sin policías ni curas que los repriman, sin pudores, llevados por el instinto. Ninguno de ellos sabe que apenas arañan algo de lo mucho que brinda su negocio. La mayor parte, y lo mejor, queda en las manos de unos pocos privilegiados, y de entre ellos, uno, Joe “Unnamed” Parrilla.

Para todos, no es más que uno de los poderosos del lugar. Su pub, a diferencia del resto, no tiene luminosos de neón, ni rejas en las ventanas, ni gorilas en la puerta. Puertorriqueño de nacimiento, se integró muy joven a la Infantería de Marina de los EE.UU. gracias a lo cual viajó por casi toda Centroamérica. Casi. Del único viaje que no hizo y espera algún día poder hacer, surgió el nombre de su local: “Cochinos”.

Muy bruto y profundamente occidental y cristiano, demostró condiciones innatas para extraer información de la gente... Y en eso se especializó, en tortura. Claro, ya no es el corpulento sargento de otrora, semeja más un cerdo que un héroe, pero uno no puede confiarse, tras esa apariencia porcina se oculta el amo de esta villa, propietario de todos los bares, de todo el alcohol que en ellos se consume, de las putas y niños que merodean, y de las drogas que circulan.
La ciudad más próxima a “Hopeless Town” es “Richville”. Una sucesión de lujosos rascacielos de vidrio y acero. Lugar elegido por empresas de todas las ramas de la producción y el comercio para establecer su casa matriz o, en el peor de los casos, su sucursal más importante. Tan pujante y brillante, se había constituido en el paraíso de los yuppies y nuevos ricos. Stéfano era uno de ellos. Joven y audaz empresario, muy inteligente, se convirtió rápidamente en un punto de referencia para cualquier inversor.
Pero había otro Stéfano, uno miserable y oscuro, que desde años atrás buscaba desesperado un sentido a su vida, que hasta ahora no había vivido, sino, interpretado. Dejando siempre satisfechos a los demás sin lograr su propia satisfacción, su felicidad. Atravesó sus casi cuarenta años dudando...
Manejaba su auto último modelo en dirección a su trabajo. Vestía un impecable traje de alpaca verde seco, con camisa de seda color mostaza, y, corbata y zapatos negros de finísima terminación. A pesar de su edad, presentaba cabellos y barba entrecanos.
Se detuvo frente a uno de aquellos imponentes edificios. Momentos después, solo en su oficina, se sirvió un coñac mientras sobre el vidrio espejado de su escritorio desplegaba con habilidad, dos líneas de cocaína. Aspiró profundamente hasta que sintió llorar sus ojos, entonces opacos y sin vida...
Ya brillantes los posó en el retrato de mujer que lo observaba desde la pared. Su cara se iluminó. La mujer de sus sueños, la que tanto había buscado, dudando. Aquellos ojos negros, profundos, invitantes; la piel mate, lisa y suave; el pelo azabache, muy largo y lacio... Y su olor, el olor de su cuerpo, de su sexo...
La primera vez dudó sinceramente, pero su dulzura quebró todas sus resistencias. La segunda y las siguientes dudó por juego, por seducción, y fue notablemente recompensado. No dudó nunca más... Había alcanzado la felicidad...
La primera vez que visitó “Hopeless Town”, Stéfano sintió asco, repulsión. Acostumbrado a los restaurantes y pubs más finos, a las mujeres y hombres de la mejor posición social, logró a duras penas sortear aquél decadente paisaje de las calles hasta llegar al “Cochinos”. Venía aconsejado por un amigo conocedor de su insatisfacción, atraído por la promesa de emociones fuertes y por la extraordinaria voz de la cantante...
Aún asqueado bebía coñac, en una mesa junto al escenario, cuando salió al escenario. A medida que se sucedían las canciones no lo podía creer. Aquella mujer no sólo cantaba muy bien, sino que además tenía un cuerpo fabuloso, sensual, más deseable que el de ninguna otra que recordara.

No pudo dejar de ir. Todas las noches, en la misma mesa, admiraba aquella voz, aquél cuerpo. Primero le envió flores. Después flores y bombones, y, por último, con las flores y los bombones, notas románticas que noche a noche se convertían en afiebradas, pasionales... Su atracción le resultaba irresistible.
Mary Lou Modine era la estrella de “Cochinos”. Cantante de espléndida voz y no menos magnífico cuerpo, era el sueño de todo hombre. Muchos de los que presenciaban su show (por no decir todos) pagarían cualquier cosa por poseerla. La consideraban la hembra ideal. Y lo sería, si no fuera porque era el hombre ideal para Joe Parrilla.



Como Luis María Molina fue registrada en alguna ruinosa iglesia de El Salvador, hace más o menos tres décadas.
Aún adolescente se unió a uno de los tantos grupos que combatían la tiranía. Emocionado aceptó su primera acción. En un acto de la Democracia Cristiana, tratando de encender una molotov con fósforos húmedos, fue apresado. En las mazmorras conoció al sargento Parrilla, por entonces, asesor cedido por el Tío Sam.
Luis no fue golpeado, ni insultado. Era un joven hermoso, lampiño, de ojos negrísimos, lánguidos, y pelo muy largo y lacio. El corpulento sargento lo miraba largamente. Le habló por horas, al tiempo que paseaba frente a él sus juguetes: picanas, martillos, navajas, tenazas. No se sabe si por este desfile o por lo que le dijo, pero el joven y aguerrido salvadoreño no sólo entregó a todos sus compañeros, sino también su cuerpo y alma a aquél hombre. Esa noche nació Mary Lou, amante y socia con quién creó “Cochinos”, comparte ganancias y una cama, refugio de cada jornada, donde ella, Mary Lou vuelve a ser Luis María, y dónde él, Joe, hace realidad sus fantasías.
Todo fue normal entre la pareja hasta que apareció aquél hombre, muy bien vestido, con acento italiano y finos modales. Esa noche ella cantaba “My Way” de Sinatra y lo vio, sentado solo, con una sola bebida servida y en la mesa más cercana al escenario. El flechazo fue inmediato. No pudo quitarle los ojos de encima...
Más tarde, en el camerino, sintió temblar sus piernas y un calor abrasador en el cuerpo. Lo deseaba... Y mucho. Horas después, cansada de la rutina y de Joe, evitó lo hasta entonces inevitable: -“Tengo jaqueca, estoy agotada”- No pudo eludir, sin embargo, la indeseable mano en la cadera y el asqueroso aliento en la nuca.
La noche siguiente cuando salió al escenario lo vio otra vez en el mismo lugar. Cantó y bailó para él, con pasión, con deseo. Pasaron algunas noches más antes de que se sentara en su mesa. Charlaron y rieron hasta el amanecer bajo la atenta mirada de Joe. Curiosidad, celos, pánico y odio se sucedieron tortuosamente en su cabeza.
En el camerino, la insultó cuando descubrió los bombones y las flores. Dos días después la golpeó cuando interceptó una de las ardientes cartas. Ella juró que no había pasado nada, pero Joe no le creyó. Siguió golpeando hasta cansarse. Nunca en la cara, no dejaría marcas. Él sabía dónde y cómo. No satisfecho, la ató a la parrilla de la cama, al frío metal, al mismo que atara años atrás a tantos... Desnuda y mojada, Mary Lou pasó por lo que nunca había sentido. Lo que no fue necesario antes, ahora sucedía...
Terminó toda dolorida, con las manos en el vientre, hecha un ovillo. Esa noche se fue y no apareció hasta la noche siguiente para su espectáculo. Tenía una expresión rara en el rostro y no caminaba del todo bien... Cantó mejor que nunca. Cuando terminó, el tano, sentado donde siempre, salió tras ella en dirección al camerino...
Pasada media hora Joe no aguantó más, tomó su navaja preferida, y se acercó a la puerta de Mary Lou, incrédulo de que lo desafiara... No podía creer que lo hicieran allí mismo, en sus narices... Los gemidos y risas lo cegaron...
Abrió de un golpe. Quedó paralizado. No había nadie sobre la cama. Se movió con lentitud. El estallido en su cabeza confirmó su sospecha. Lo último que vio antes de perder el conocimiento fue aquella extraña expresión en Mary Lou...
Despertó desnudo, atado a los barrotes de la cama. Sentía un placer infinito, como hacía tiempo no experimentaba. Vio la cabeza del tano sobre su vientre en un gozoso vaivén. Joe no podía pensar, estaba al borde del éxtasis, concentrado, los ojos cerrados, el cuerpo arqueado en una curva deliciosa...De pronto, algo en su cerebro despertó, un destello fuerte, un brillo poderoso, conocido, lo distrajo en el mismo momento que alcanzaba el orgasmo...
Placer y horror se mezclaron, hasta convertirse en pavoroso y ardiente dolor, quemante...
Mary Lou sonreía con crueldad...
La miró... En una mano su navaja favorita, en la otra, un trozo de él, aún sangrante....

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